martes, septiembre 30, 2008

ANDRES CAICEDO



QUE VIVA LA MUSICA




Luis Andrés Caicedo Estela nace el 29 de septiembre de 1951 y muere el 4 de marzo de 1977 en Cali, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida.

Se trata de un escritor precoz que desde que descubrió su vocación por la literatura no quiso perder ni un minuto de su vida, hasta el punto de convertir la construcción de su obra en una obsesión. En 1964, cuando entró a cursar tercer grado, escribió su primer cuento, El Silencio, pero es al parecer hasta 1969, año en que gana el segundo premio del Concurso Latinoamericano de la Revista Imagen de Caracas con el cuento Los dientes de Caperucita -del que había escrito siete versiones-, que Caicedo logra consolidar una disciplina en la escritura. Desde ese momento, Caicedo continuó escribiendo cuentos cortos y piezas teatrales, y comenzó a escribir sus primeras novelas.

En la época de los festivales teatrales de los setenta se conocieron sus primeras obras teatrales Recibiendo al Nuevo Alumno y La Piel del otro héroe. Asistió a las reuniones un grupo de escritores de la ciudad llamado Los dialogantes que contaba con la participación de escritores y críticos como Carmiña Navia, Gustavo Álvarez Gardeazábal, y Eduardo Serrano entre otros y a partir de la cuál inicia un periodo de compulsividad en su consciente formación como escritor.

A su vez, y sin detener su actividad literaria, trabaja con el Teatro Experimental de Cali como actor. Allí funda el Cineclub de Cali, que inicialmente funcionaría en la sala del TEC para posteriormente ser trasladado al desaparecido Teatro Alameda y luego al Teatro San Fernando, cineclub que poco a poco se convierte en “una actitud generacional” para los jóvenes de Cali, epicentro de una intensa actividad cultural en la ciudad y que junto con Ciudad Solar –especie de posada - espacio cultural- se convierten en centro de operaciones y disipaciones de Andrés y su grupo de amigos. También es desde el cineclub que planea y ejecuta su folleto Ojo al cine que hacia 1974 se convertiría en la revista especializada sobre cine más importante de Colombia. Es también entre el cineclub y Ciudad Solar que Caicedo iniciaría sus proyectos cinefílicos con sus “pocos buenos amigos” entre los que sobresalen Hernando Guerrero, Luis Ospina, Carlos Mayolo y Sandro Romero, con quienes intenta llevar al cine su guión Angelita y Miguelángel, de cuyas grabaciones todavía se conservan algunos fragmentos.

En 1973, Caicedo viajó a Estados Unidos, con cuatro guiones de largometrajes escritos por él y que pretendía vender al cineasta Roger Corman. Fue allí donde iniciaría la escritura de Que viva la música y la redacción de Pronto, memorias de una cinesífilis, diario que pretendía convertir en novela. En 1974 escribió el cuento corto Maternidad, que él mismo consideraba su obra maestra. En 1975 publicó con el patrocinio de su madre en las Ediciones Pirata de Calidad su relato El Atravesado que tuvo un éxito relativo a nivel local. También entregó ese mismo año la versión final de ¡Que viva la música! a Colcultura para ser publicada. En 1976 la casa editora Crisis, de Buenos Aires, compró los derechos de impresión de ¡Que viva la música! Caicedo intentaría por primera vez suicidarse ese año.

Finalmente y cuando tenía tan sólo 25 años, el 4 de marzo de 1977, después de recibir el primer original de la novela ¡Que viva la música! Publicado por Colcultura, Andrés Caicedo muere de una sobredosis al ingerir intencionalmente 60 pastillas de Seconal, según él, porque "vivir más de veinticinco años era una insensatez". Caicedo consideraba que debía dejar el mundo antes de pasar los veinticinco años, pero habiendo dejado una prueba de su existencia como forma de trascender.


A pesar de su temprana muerte, Caicedo dejó un gran legado a la literatura colombiana, el cual se puede ver reflejado en la obra de autores como Manuel Giraldo 'Magil', Octavio Escobar Giraldo, Rafael Chaparro Madiedo y más recientemente Efraím Medina y Ricardo Abdahllah. El grupo de teatro Matacandelas de Medellín ha presentado durante años la obra Angelitos Empantanados, basada en los cuentos homónimos del escritor.

¡Que vivan la música, la literatura y la gallada en Calicalabozo!: Andrés Caicedo nos hace falta. Por Harold Pardey


Uno debe tener un límite de días hasta donde se puede volver atrás y empezar a comerse los días perdidos, para terminar con una deuda de mil y de allí en adelante vivirlos completos.

Andrés Caicedo

Revisitando un cadáver exquisito

La reciente aparición y circulación del libro El cuento de mi vida, Las memorias inéditas, Colección Historias no contadas (Norma, 2007) --donde Luis Andrés Caicedo Estela (Cali, 1951-1977), en tono confesional, se ausculta, se exhibe sin pudor alguno, se recrimina, se compadece, dialoga consigo mismo, con su familia, con sus amores, con sus pocos buenos amigos-- logra escenificar de manera explícita los deseos y la intencionalidad de la industria cultural en torno a la intensa publicidad que lo personal, lo privado, lo íntimo tiene en las sociedades actuales. Se reabren las viejas discusiones y reflexiones sobre el escrito autobiográfico como objeto fetiche u objeto reliquia, como dispositivo de canonización y sacralización de un autor que siempre cuestionó las convenciones y normas establecidas de su tiempo, hasta llegar a beber el néctar del ideal libertario del desclasamiento, a navegar en zonas temporalmente autónomas de marginalidad literaria, alcanzando merecida consagración con la publicación de su novela Que Viva la Música (Colcultura 1977), texto pionero en la narrativa subterránea para jóvenes en términos de profunda ruptura a nivel de forma y contenido.

Luego su trágico suicidio, hace 30 años, con 60 pastillas de Seconal en su habitación del Edificio Corkidi, en el corazón de la Avenida sexta, conmocionó a toda la pléyade adolescente de angelitos empantanados que lo rodeaban, pero conscientes de la revelación del paisaje infernal de la absoluta coherencia de los actos con sus palabras. Osadía concretada para no traspasar las fronteras de la juventud.

El Panteón de la Contracultura**

Ya nos lo había advertido hace una década, Carlos Patiño - poeta y soldado voluntario del Ejército de Salvación del Rocknroll--: “Calicalabozo el video creación de Jorge Navas significó la (di)versión onírica del mito, una ofrenda en el altar del héroe contracultural, y el documental Un ángel del Pantano, de Oscar Campo es la perversión del mismo”, enfatizando que Caicedo, como todo sujeto que accede a la celebridad y se convierte, a su pesar o no, en un notorio ejemplo a seguir, al cual no lo queremos dejar descansar en paz con tanto culto e idealización semejante a la de rock stars como Jim Morrison, Jimmy Hendrix y Kurt Cobain, lo cual muchas veces no permite otro tipo de lecturas más agudas y hermenéuticas que, en la delgadez de su riqueza, nos ofrecen pistas y claves para entender una de las más sugerentes, inteligentes, vitales, trágicas, agresivas, divertidas y representativas obras literarias de la segunda mitad del siglo XX en Colombia.

Por encima de cualquier otra consideración, lo más importante de este nuevo texto, rescatado de los viejos baúles, es la plena vigencia de la estética caicediana en el imaginario socio cultural de este trópico embrujado, tanto así que Sandro Romero, uno de sus lectores más avezados, define el carácter aurático de la obra de A.C como una “feliz amargura, y estas memorias como una poderosa manera de enfrentarse a la autodestrucción, con las herramientas intactas de un escritor que decide inmolarse mientras se enreda en sus palabras”.

Estos manuscritos, guardados celosamente durante tantos años, nos regalan una bella polaroid introspectiva de sus anhelos, sueños y temores, sus peleas con la institución familiar, con la sociedad, con los valores morales y culturales, sus afectos, odios, desilusiones y desencantos con el séptimo arte, sus incesantes proyectos, su relación con las drogas, sus alucinantes visiones en el campo, sus fantasías sexuales, sus depresiones sentimentales, en fin todo un arsenal de variadas sensaciones que son vomitadas como un soliloquio de angustiante lucidez, hermosa honestidad y sublime sinceridad de una escritura que nunca dejó de combinar de forma esplendida la realidad y la ficción, la autobiografía y las trampas de la imaginación, la cinefilia y la obsesión perenne por la creatividad, su rechazo genuino al mundo adulto, y escupir sobre todo cuanto le pareciera una hipocresía del sistema.

Es inocultable y comprensible que actualmente la obra de Andrés Caicedo se lee mucho más, y se relee con misteriosa pasión, se inauguran colecciones en la Biblioteca Luís Ángel Arango, se reeditan sus libros de culto y se traducen a otras lenguas, se montan adaptaciones teatrales, se cuelgan paginas en Internet, sus escritos mutan hacia formatos experimentales de video, se mercadea su imagen en camisetas, se cita y se recita con devoción su acertada definición sobre nuestra urbe Maldita sea, Cali es una ciudad que espera pero no le abre las puertas a los desesperados… donde todos nos enrumbamos para luego derrumbarnos. Sin embargo la apatía y el veto a su literatura en nuestra ciudad sigue presente aún en muchas escuelas públicas y privadas, que poco enseñan autores locales, pues sus textos desmesurados, comprometidos y tercos con representar la caleñidad desde los ángulos más descarnados, viscerales, amorales, a pesar de convertirse en piezas memorables que documentan la decepción de la juventud de la posguerra, la efervescencia del espíritu juvenil en su negativa a aceptar el aprendizaje tradicional, siguen siendo bastante explosivos e incómodos para los parámetros morales de las élites dirigentes, que no saben como disfrazar el fracaso del proyecto de ciudad que habitamos.


Esta nueva y mercantil entronización, deja entrever la asimilación de su legado por parte de una cultura oficial, ahora un poco más receptiva a aceptar las formas narrativas y delirantes del universo caicediano, singular mezcla de horror y vampirismo, como de la salsa más salvaje de la Fania All Stars, Richie Ray and Bobby Cruz, y la actitud lumpen del espíritu rocker de Rolling Stones, como bien lo sintetiza A.C en el gesto transgresor de la carátula del libro. Agúzate que te están velando. Aguante la calle y el sentimiento afromestizo de la Calicalentura.

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** Toda una serie de movimientos y expresiones culturales, regularmente juveniles, colectivos, que rebasan, rechazan, se marginan, se enfrentan o trascienden la cultura institucional. Y por cultura institucional se da a entender a la cultura dominante, dirigida, heredada y con cambios para que nada cambie, muchas veces irracional, generalmente enajenante, deshumanizante, que consolida al status quo y obstruye, si no es que destruye, las posibilidades de una expresión autentica, además de que aceita la opresión, la represión y la explotación por parte de los que ejercen el poder, naciones, centros financieros o individuos ( Jose Agustin, La Contracultura en Mexico. Ed Grijalbo, Mexico 1996 )

*Nómada urbano egresado de Comunicación Social, Universidad del Valle/ zudacaboy@ Hotmail.com

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¡Que viva la música! (2)
La publicación de un párrafo de ¡Que viva la música! (QVLM) para atender la solicitud de una tocaya de apellido, recibió el siguiente comentario por mail. Enriquecedor comentario, para aquellos que amamos la escritura de Caicedo. No pude guardármelo para mí. Aquí lo publico para quienes comparten conmigo esa pasión.
También utilizo la fotografía que tan gentilmente nos cede Andrés Meza, donde se puede ver cómo está hoy la Remington que utilizaba Andrés Caicedo. Toda una pieza de museo.
Gracias a ambos por su aporte.
LS


María Eugenia Sáez, a quien también pueden leer en Letralia, dice:

Cada caicerista tiene su trozo preferido; el mío es el del concierto de Fania al final con el toquecito del gateo o, alternativamente, el de los hongos alucinógenos y la canción del Niche.

El que mandaste es muy representativo de la parte "musical" de QVLM pero no de su inseparable correlativo: la droga. Y claro que es doloroso unir ambas partes. Pero hay que hacerlo y, en honor a Caicedo, presentar a QVLM en sus dos inseparables mitades. Por supuesto que Cali no es sólo salsa y droga. Pero sí son estos dos componentes lo principal de QVLM. Tampoco París es sólo cafés y snobs existencialistas, pero sí en la obra de un par de parisinos famosos. Ni es París pura grisura y tristeza, pero sí en la Guía Triste de París del peruano Bryce. Bueno, es una opinión, la mía, y no está labrada en piedra como las tablas mosaicas.

El trozo que me mandaste está bien para mis alumnos y te lo agradezco. Es un trozo interesante y sin duda distintivamente caiceriano, marca de fábrica, digamos; pero lo encuentro algo artificioso en el sentido de topos literario: la musica enloquece, los cuerpos trepidan, una frasecita cantada por aquí y otra por allá mi negra y Ay A-lalalá lalalá... El vocabulario se vuelve algo cliché; por ejemplo:



embutir a los bailadores en una tercera realidad, en donde cantantes machos han cambiado de sexo o son entes neutros, y bailar la irrealidad, azotar los caballos enloquecidos, llenar de fiebre las trompetas mareadoras


O en esta otra frase donde Caicedo iba bien (si es que la idea era crear una especie de oración mística en reverso, tipo mallarmiano misanegriano) y hubiera llegado a genial conclusión, si Caicedo hubiera mantenido el tono hasta el final; pero le mete una frase clasemediera como "confunde mis valores" y "abandonándome a la criminalidad"; a ver qué piensas; a lo mejor estoy leyéndole demasiado criticamente:


[Música] me tiro sobre ti, a ti sola me dedico, acaba con mis fuerzas, si sos capaz, confunde mis valores, húndeme de frente, abandonándome en la criminalidad...
o esta en la que la protagonista y el narrador se vuelven un ente racional, :


de nada puedo estar segura, ya no distingo un instrumento sino una eflusión de pesares y requiebros y llantos al grito herido, transformación de la materia en notas remolonas, cansancio mío, amanecer tardío, noche que cae para alborotar los juicios desvariados, petición de perdón y pugna de sosiego.

algo sí que distingo si digo "de nada puedo estar segura, ya no distingo un instrumento sino una eflusión de pesares"; es un intento de Caicedo de apagar el motorcito de la racionalización y no le salió bien. La protagonista, la supuesta rubia tonta y vana, se autoanaliza como si fuera un profesor de lógica puesto a escribir un libro sobre la cultura dionisíaca.


Algo le faltó a Caicedo para llenar los vacíos entre la rubia tonta a la que el narrador mira, en la primera escena, entre divertido y compasivo, y esta fenomenóloga de la escena de arriba. El que está analizándolo todo es el narrador quien, ante los ojos del lector, se funde en María del Carmen sin más ni más, se vuelve un andrógino, un andrógino drogado y melómano, demasiado al tanto de que está abocado a la autodestrucción.

El narrador mirón y sabelotodo, típico narrador masculino de novela latinoamericana de los 70, es mucho mejor en la primera escena, en la que mira embelesado el pelo recién shampuado de su diosa rubia, de ella que es símbolo del sueño particular de él de llegar a ser parte de la clase media-alta, en Estados Unidos de ser posible. Ese narrador absorto, autocomplaciente y burlón, de repente se sorprende a sí mismo en el acto de observar, porque del pelo rubio y límpido de María del Carmen, pasa a verse sus propios bracitos, su falta de fuerza, su falta de masculinidad.

Creo que Caicedo tenía prisa por terminar esta novela. Creo también que es una novela genial. Y sigo creyendo que es de las 10 mejores cosas que he leído de literatura del XX. Soy caicerista hasta la médula.

María Eugenia Sáez
Publicado por Liliana en 12:40 PM


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