domingo, febrero 18, 2007

LA SALSA EN MEDELLIN



LA SALSA EN MEDELLÍN
SONIDOS DEL GOCE Y EL DOLOR URBANOS
No me den candelano me miren malno me prendan velasno me tiren sal
Héctor Lavoe mientras "hace un trabajo"con Willie Colón en la carátula del disco
Por: Carlos Alberto Giraldo M.
¡Lo tuyo llegará!, canta la Orquesta de los Hermanos Lebrón a los clientes reunidos en el local. La música, apuntalada por el tono rudo de un par de trompetas, aunque inspirada en calles y personas lejanas, simpatiza con los muchachos sentados en las mesas del establecimiento.
Se produce, mediado por la salsa, un repentino encuentro de mentalidades y sucesos urbanos. Conversan imaginariamente la Nueva York de la década del setenta, habitual puerto de inmigrantes latinos, y la Medellín de hoy, en exceso violentada, entre otras cosas, por lustros de indiferencia estatal y narcotráfico.
Sucede una extraña fusión de sueños y frustraciones. Los pitazos de bronce que sueltan los bafles del bar reproducen los ruidos callejeros de Brooklyn y el improvisado coro que forma la cofradía al seguir la letra de la canción se hunde en la noche de la Carrera Palacé, en pleno centro de la capital de Antioquia.
Es una imagen multiplicada y familiar de este valle, acordonado por montañas y lejano del mar -¿puerto seco?-, donde los ritmos del Caribe han ganado preeminencia como parte de Ias manifestaciones culturales urbanas.
Y, ¿de dónde tanto repique de tambor, si hasta hace unos años reinaban los bandoneones y Gardel era el morocho querido de los barrios -que todavía lo es-? ¿A qué horas se impusieron el vivir del tumbao y la rumba afroantillanos?
Qué hechos de nuestra experiencia ciudadana facilitaron que el número de seguidores de la salsa vaya en ascenso? ¿Cómo logró una "música de negros y malevos" penetrar con los anos la resistencia a los cambios de esta sociedad mestiza aferrada a la idea de una pujanza y una industria mitológicas?
No se escuchan respuestas acabadas a tales interrogantes, pero se intuyen, se infieren causas, sucesos que muestran posibles rutas de investigación que dan forma, a partir del desarrollo de un estudio detallado apenas sugerido en este texto, a posibles tesis sobre por qué la salsa ha cautivado al público de Medellín.
Benny Moré en Medellín, agosto de 1955
Hay un accionar urbano que revela la creciente ampliación del fenómeno salsa en Medellín y sobre eso ya es posible –hacer iniciales anotaciones. Estas líneas son parte del bochinche conceptual que sobre el tema ha tardado en arrancar.
RECUERDOS DE ARCAÑO
Hasta antes de comenzar la década de los ochenta, la salsa en Medellín mantuvo el perfil agrio y marginal moldeado por el barrio latino en Nueva York; reprodujo la característica turbulencia en medio de la cual se había "criado" como expresión musical urbana.
Este matiz se veía reforzado también por el juicio estigmatizante que las clases medias y altas de la ciudad han hecho siempre de la música surgida de fenómenos culturales populares. La salsa, igual que el tango en su arribo a esta tierra, constituía un desafuero contra las conservadoras costumbres, alentadas por el ambiente católico y recatado de la creciente e industrializada Villa de La Candelaria.
Tal forma de incorporación a las prácticas ciudadanas, la etiqueta lumpesca que exhibía esta música, ocasionó que los establecimientos salseros ostentaran la condición de bares de segunda y estuvieran ubicados en lugares donde muy cerca los delincuentes, las prostitutas y los maricas remaban las esquinas cubiertos por la bruma salida de cigarrillos de tabaco y marihuana.
La carrera Palacé, entre las calles Amador y Maturín, y la carrera Bolívar, entre las calles Zea y La Paz, representaban los principales escenarios del sonido caribeño en Medellín. El Aristi. Brisas de Costa Rica y Carruseles y La Bahía, El Oro de Munich y El Suave, eran anónimos fortines de rumba para cientos de obreros cansados, decenas de malevos y algunos universitarios y profesionales enrolados en la vanguardia intelectual y bohemia de la década del 70.
Esto también sucedía, en parte, porque en esta capital, desde los años cincuenta, hubo una notoria afición por el canto caribe, en especial por aquellas sabrosas interpretaciones de la Sonora Matancera y los infaltables boleristas que hicieron época recorriendo con el tango los bares y cantinas de Guayaquil y la carrera Bolívar. Aún sobreviven en la ciudad el club de amigos de la conocida agrupación dirigida por don Rogelio Martínez y el programa una Hora con los Solistas de la Sonora Matancera, locutado por Orlando Patino en la emisora Latina Estéreo. Pero esos antecedentes son capítulo aparte dentro de un texto más amplio y orgánico sobre el asunto del ritmo, tambó y flores en la ciudad.
Medellín era territorio de una tranquilidad aceptable en el cual algunos jóvenes protagonizaban enfrentamientos a pedradas con la Policía en acalorados paros estudiantiles de liceos y universidades públicos. En otros campos de la vida cotidiana se sentía la inconformidad de los habitantes de ciertos sectores marginados debido a la inasistencia estatal y, de otro lado, no faltaban las movidas sesiones de puñaleta entre los camajanes de los arrabales. Al tiempo, las laderas de la periferia citadina adquirían los rasgos de una urbanización urgente y desordenada. Sin embargo, en las espaldas de casi nadie pesaba la carga de violencia ilimitada que luego activó el narcotráfico.
Bajo ese horizonte, los amantes de la salsa y los melómanos que la saboreaban asistían a pequeños locales donde el ruido salsero competía con el bullicio del centro de la ciudad. Las melodías acompasaban tragos de aguardiente, cerveza y ron, mientras la clientela navegaba por el imaginario de la ciudad embarcada en las notas y letras de una música que conjugaba la ancestral tradición instrumental afroantillana y los sonidos y sucesos de la vida urbana.
Las canciones describían los espacios y momentos más significativos de la cotidianidad de la población del Caribe y de aquella comunidad diversa que la inmigración de miles de latinos formó con el paso de los años en los barrios marginados de los principales centros urbanos de los Estados Unidos, especialmente Nueva York y Miami, en la Costa Este.
Eran tonadas de barrio haladas por una instrumentación atractiva, mezcla de sonidos rurales y urbanos, mediante la cual el goce terminaba por subvertir al dolor y al desarraigo mientras retrataba la violencia y la alegría de las esquinas, las verbenas, los callejones y las solemnidades de los sectores habitualmente discriminados de la Gran Manzana y de otras enormes ciudades de América Latina. Se trataba -y se trata- de la liberación del homo ludens en sabrosas congregaciones que ocurrían tanto en las agitadas avenidas norteamericanas como en las calles del relajado corazón de Medellín.
Pero si bien la capital de Antioquia y sus municipios próximos habían tomado la serpenteante ruta del devenir urbano, los grandes conflictos citadinos apenas se incubaban y la rumba de esta parroquia derivaba más del arrojo por gozar de los noctámbulos que de la marcada necesidad de sedar sus dolores urbanos.
Es evidente que la salsa narraba las particulares contradicciones sociales, económicas y culturales del mundo de la ciudad, pero tal vez Medellín no vivía, o al menos no reflejaba, los agudos conflictos urbanos ya escenificados en otras capitales del continente con mayor intensidad.
Sumado a esto se notaba entonces que los salseros hacían parte de un reducido grupo de ciudadanos aún disperso entre los establecimientos públicos y ajeno a otros rituales (conciertos, conferencias, cine, audiciones, reuniones callejeras convocadas en torno a la música, emisoras o programaciones radiales amplias sobre el tema) que dieran forma y fuerza a una afición


incipiente expresión cultural- con la vitalidad suficiente para resaltar y merecer el reconocimiento entre el resto de la comunidad urbana.
La salsa en Medellín, aunque identificó para el público de los 70 "lugares universales" de la cotidianidad ciudadana, no era por ello parte esencial de la identidad de sector alguno de la población. El conocimiento de esa expresión musical y la forma casi oculta como ciertos ciudadanos se la apropiaron dependió en esa época de una frágil estructura de difusión y consumo. Los ritmos afroantillanos permanecieron encerrados en las colecciones musicales de unos pocos, apenas dieron los pasos de los bailarínes y clientes de los bares y fueron presentados por la insuficiente programación salsera filtrada los fines de semana en la amplitud modulada del dial.
DE NUEVA YORK A MEDELLÍN
Dentro del análisis planteado por este texto, es conveniente citar aquella apreciación sociológica según la cual la mayor parte de las concentraciones urbanas del mundo experimentan un proceso de formación y consolidación de la vida cultural, económica y social, similar al de las grandes capitales del mundo, valga mencionar: Nueva York, Londres, París. Los Ángeles y Ciudad de México.
Aunque cada territorio citadino afronta un desarrollo determinado por sus independientes condiciones históricas y materiales, se descubren hechos que son constantes y propios del crecimiento de las ciudades: inmigraciones, marginalidad, lucha por el espacio y cambios de uso del mismo, choques e hibridaciones culturales, nuevas simbologías y rituales urbanos.
Tal vez -y este puede ser un punto de partida- Medellín comenzó a experimentar, quince años atrás, esos cambios profundos, caóticos e imprevisibles generados por la marcha urbana. Mutaciones que aunque guardan particularidades se asemejan por su conflictividad a las de la Nueva York de los setenta; la llegada masiva de personas procedentes de pequeños poblados y del campo, la crisis de la administración estatal frente a la inusitada demanda de vivienda y de servicios públicos, el asentamiento desordenado de nuevas capas de pobladores, el narcotráfico, los choques y las discriminaciones sociales y culturales, entre otros sucesos.
Ello propició que surgieran, con matices propios, "enredos" en las historias personales, familiares y comunitarias de la población más afectada. Cambios de los cuales eran partícipes los marginados en las zonas deprimidas; desarraigo, pobreza, incomprensión, anonimato, desempleo y drogadicción; características ligadas al accionar de quienes habitan los barrios populares en cualquier ciudad.
Por ello el incondicional recibo de la salsa en éste que es un puerto urbano más. El terreno estaba abonado para que los miles de discos grabados a 4.500 kilómetros cruzando el Atlántico fuesen adoptados como un patrimonio propio de la gente que camina las calles de Medellín.
EN LA TIERRA "COLORÁ"
"La salsa nació en Nueva York. Para ser más precisos, en los barrios bajos de Nueva York. La salsa es un producto social de los latinos que habitan esta ciudad llamada La jungla de cemento. Es un producto musical derivado del son y de otros ritmos antillanos, pero que al llegar a la gran ciudad y padecer todos los problemas que trae consigo el desarraigo, adquiere su carácter violento y su posición agresiva. (...) Como dice acertadamente César Miguel Rondón: Esto crea una situación por demás angustiante, un desarraigo feroz que tan sólo ha sido enfrentado por los predios de la música. Y por ello es la música, precisamente, ¡a que ha logrado convertirse en bastión de una identidad que no perece por más de la transculturización y de la marginalidad social.(...) Nueva York es una ciudad demencial, atiborrada de violéntela y pictórica en situaciones criminales- El robo, el atraco, la violación, el crimen y hasta el genocidio son hechos rutinarios, Nueva York es una ciudad de seres anónimos, indiferentes y deshumanizados. Es la ciudad del anacoreta, de la fraternidad de los libertarios, de la conjura de los justicieros, de la banda de ladrones,,de la conspiración de los iguales y de la Sociedad de los Amigos del Crimen de que habla Octavio Paz. Nueva York es la flor y nata de la violencia urbana, y la salsa, como habitante de sus barrios bajos, es la violencia neoyorkina hecha canción". (1)
Es sabido que Medellín se convirtió a pasos de gigante en la ciudad más violenta de Colombia y tal vez de América. Bastó una década, esencialmente la de los ochenta, para que este gran vecindario quedara sumido en una guerra indiscriminada e intensa que marcó la vida comunitaria y ocasionó el surgimiento de comportamientos mucho más agresivos de la gente frente a los peligros, los riesgos y los retos sociales que implica la existencia en medio de las convulsionadas rutinas urbanas del Valle del Aburra.
Numerosas barras de jóvenes terminaron convertidas en bandas delincuenciales, en los barrios de las laderas grupos de sicarios y agentes "paramilitares" externos hicieron de la vida un valor pasajero. Se acentuó el desarraigo citadme, parcelado en territorios, y se afianzó una radical postura autoritaria, de justicias privadas y descontroladas, entre los pobladores de uno y otro lugar.
Igualmente, la respuesta represiva del Estado y la falta de acciones administrativas contundentes para frenar el hambre, la desesperanza, la ignorancia y otras plagas multiplicadas por la falta de un gobierno eficiente, motivaron el accionar virulento de los distintos actores. Entonces, en las estadísticas de criminalidad Medellín se puso a la par con Nueva York y el temor y el terror se engendraron con ingenio y desmesura.
Un marco de violencia cercó a este valle y lo hizo ver, contra el dolor y el repudio de los desgraciados, como pintura sangrienta. Por ello es inevitable que la ciudad haya fabricado a su manera el problema de la violencia, regado hoy como mancha de aceite por las grandes urbes del continente.
Y ese dolor, en la dimensión del afecto, de las historias de vida, de la angustia familiar y barrial, tiene en la salsa una expresiva puesta en escena, una picante narración que al tiempo que dice las rabias y las frustraciones las transforma en pieza gozosa. La salsa se convirtió en salvavidas para intentar reír frente a una convivencia encallada y aventurada a naufragar con frecuencia en las calles de esta vílla-tragedia. En el canto preventivo de Rubén Blades se resume lo que ha pasado:
Cuidado en el barriocuidado en la aceracuidado en la callecuidado donde quiera…que te andan buscando
Muchos ciudadanos de Medellín, en especial aquellos instalados en el cinturón de miseria que rodea la parte llana del Valle del Aburra, asumen que cada día se levantan a poner la cara a una lucha feroz. Salen de casa a pisar calles donde tal vez tropezarán con un grupo de bandiditos que los va a asaltar... o a eliminar. Es posible que en otro momento los aborden los agentes de seguridad para exigirles su cartón de identidad. O tal vez no pase nada y haya oportunidad de superar la jornada para volver a alucinar los encuentros, desde la misma cama, como de costumbre.
Se emprende la marcha, también, en busca del sustento para asegurar la sobrevivencia en una ciudad en la cual tener un empleo digno y estable es motivo de alarde. Porque, al igual que Nueva York, Medellín es urbe de industria creciente y voraz, dispuesta a tragar -o vomitar- una obrería necesitada y urgida de recursos: es la tragedia de la gran mano de obra barata que, sumida en su variopinta crisis, encuentra en la salsa una reivindicación, un grito de dolor que no molesta; simpática tonada que cuenta a ritmo de bongó el asedio de la desesperanza y la expectativa de la redención económica y el reconocimiento social.
CANTAR EL TORMENTO
En medio de la brega de la gente para aguantar la cabalgata con la ciudad a las espaldas, la salsa se ha hecho palabra. Esta música, que narra los estados de ánimo motivados por las condiciones materiales y espirituales de existencia de los desarraigados, los marginados, los pobres, se ha tornado recurrente forma de comunicación urbana en Medellín. Los temas salseros recrean las situaciones del barrio pobre y del resto de un imaginario de violencia que son las calles de hoy para la ciudadanía.
La gozonería ha potenciado la exaltación de la condición humana del hombre de esta ciudad. Así la salsa permitió que un significativo número de pobladores de Medellín sintiera, y en el mejor de los casos interpretara, las circunstancias urbanas en que se desenvolvía.
Lo que pudo permanecer en la memoria del colectivo como mera anécdota se transformó en un mensaje lleno de sentido, porque el sonido del Caribe ha dinamitado la conciencia de la realidad y ha facilitado la reanimación de la misma en favor del fortalecimiento de la identidad y de nuevas apropiaciones culturales urbanas. Hay una comprensión del ser urbano desde la depresiva, valiente y esperanzadora obra que la salsa pinta: criminalidad, vicio, desempleo, desarraigo, resistencias, logros, emancipaciones y alegría.
En medio del canto heredado de Nueva York, y de algunas ciudades latinas, se liberan la cadencia y el ritmo propios de las formas de expresión que han venido constituyendo los muchachos de los barrios populares. A partir del ambiente de rumba que moldea y vivifica el lenguaje salsoso surge también una postura frente al otro y la ciudad: imaginaria o realmente, aquel es socio o contrario de anonimato y en ella se sucumbe y se disputa todo.
Buena parte del público salsero en Medellín refleja la inseguridad del poblador que de manera reciente se ha incorporado, tras las inmigraciones que cruzan historias familiares y comunitarias, a la dinámica urbana. Y la rumba, el ruido del Caribe, habilita el desarrollo de un aprendizaje urbano que además se da sobre la marcha. La música está en la mitad de esa relación: recoge la experiencia y la presenta también como forma de conocimiento, es una pequeña-honda re flexión cantada de lo vivido.
Los muchachos de nuestras calles se preguntan por ellos mismos. La salsa los reúne con las nostalgias que Medellín les ha enseñado. Se trata de una reafirmación y una exploración de las imágenes que la calle deja en su interior, la fabricación paulatina de ideas que motiva estar en medio del turbulento accionar de los barrios populares. La salsa desprende cierto aire que despierta a los chicos en su urgencia, pero es igualmente una respuesta en términos de poder, de dominio de un espacio y de un ritmo vitales, propia de nuestros sectores más desprotegidos. Es que "esa calle tanto los determina como ellos se las inventan". (2)
El goce de esta expresión musical se ha integrado a una práctica existencial. a las situaciones que caracterizan la vida contemporánea de Medellín. Un fenómeno que ha entrado a hacer parte de la vida de la ciudad y que no sólo es comercial ni musical, sino fundamentalmente cultural. La música de Nueva York sopla los lamentos de "ese allí" ahora arremolinado en mitad del Valle del Aburra.
RADIO BEMBA
En octubre de 1985 el número de emisoras de la Frecuencia Modulada de radios, grabadoras y equipos de sonido de los medellinenses se amplió. Una estación que apenas hacía emisiones de prueba comenzó a radiar salsa. Los seguidores de esta expresión musical en la ciudad permanecieron expectantes.
Pese a las iniciales limitaciones para garantizar un sonido limpio y vigoroso la onda se regó con rapidez. Ningún salsero podía creer que en el estilizado y norteamerícanizado ambiente musical del F.M. hubiese aparecido una señal que, durante las 24 horas, dejaba escuchar, con una nitidez que mejoraba al pasar las semanas, la diversidad de los sonidos del Caribe urbano, en especial los que tenían origen en la distante Nueva York.
Durante varios años los salseros de la ciudad esperaron las jornadas sabatinas para recibir la señal de los programas salsosos que mediante las emisoras básicas de las principales cadenas radiales dirigían, en transmisión nacional desde Cali, Barranquilla y Bogotá, personajes como Miguel Ángel Álvarez, Ley Martín y Jaime Ortiz Alvear.
Estaban también en la mente de los oyentes los programas locales en Radio El Sol y Radio Metropolitana animados, entre otros, por el veterano y malgeniado locutor Ornar Hernández Bernal, quien acostumbraba soltar al aire algunos regaños a aquellos escuchas que no atinaban a contar con precisión los detalles farandulescos que sobre las orquestas y cantantes él conocía de memoria.
Despegaba, además, el aporte consistente pero casi incógnito de El Goce Pagano, espacio salsero que hasta hoy sobrevive en la Emisora Cultural Universidad de Antioquia, orientado por Manuel José Sisquiarco, quien al igual que unos contados locutores ha imprimido interés didáctico a la radiodifusión de los géneros musicales del Caribe, en especial lo referido al caso-salsa.
Latina Estéreo, ubicada en el 100.1 del dial -más tarde trasladada al 100.9, tras una reorganización adelantada por el Ministerio de Comunicaciones ante el aumento de estaciones-, constituyó un inesperado refuerzo al auge y propagación del fenómeno salsa en Medellín.
Como medio masivo de comunicación, puso al alcance de la barriada de la ciudad, en especial la de los sectores populares, una serie de cantantes y agrupaciones que relataban con sabrosura las experiencias vitales de la comunidad latina en Nueva York.
"El sonido de las palmeras" -este el lema inicial que promocionaba a la emisora- se articuló a las prácticas cotidianas de los muchachos de los barrios y propició que muchos de ellos, parados en las esquinas o tendidos sobre las planchas de cemento desde las que se domina el paisaje urbano local, gozaran los conciertos de super-orquestas como Fania y Puerto Rico All Stars y, al tiempo, fantasearan con las avenidas y suburbios del acelere neoyorkino.
Los chicos, que en sus calles veían crecer la agriedad, se enteraron de las anécdotas imbuidas de marginalidad que protagonizaban miles de latinoamericanos en la Gran Manzana. Se hizo inevitable que surgiera una identidad con ei mensaje de los temas: luchas, angustias, sueños y violencia a ritmo de bongó y pitazos de trombones y trompetas.
Latina, para los menos pudientes, convirtió el disfrute de la salsa en algo sencillo... y barato. No había que jugársela ni gastar el flaco pecunio personal en esos agujeros del centro llenos de "ratones y gatos", depredadores y presas, de intelectuales desinhibidos y pillitos sin cartel, en donde hacían eco toda la percusión y la metalería caribes. La emisora-salsa fortaleció gratis el patrimonio callejero.
En medio del afortunado acontecimiento, la audiencia se conectó con los mensajes producidos por las orquestas de salsa hacia finales de la década del 60 y del éxito comercial que en los setenta caracterizó a esta expresión musical. Es decir, se dio un hecho particular: los oyentes, sobre todo aquellos que se iniciaban en el conocimiento de esta música, recibieron como nuevas –a modo de hits- interpretaciones de vieja data que mostraban la hostilidad y la urgencia de los inmigrantes latinos en Norteamérica. Esas canciones, entonces, se fundieron en el violento capítulo que comenzaba a escribirse en la historia de Medellín.
La estación, hoy una de las reinas en la banda local de Frecuencia Modulada, permitió que una generación de jóvenes, que manejaba difusos conceptos sobre la salsa y la disfrutaba en las reuniones del barrio, en las cuales no faltaban algunos discos de Fruko y sus Tesos y de Ricardo Ray o que la gozaba gracias a las intermitentes descargas sabatinas de la radio, entrara de lleno en el consumo y en el goce de la amplia discoteca apostada en los estudios de Latina Estéreo.
Julio Ernesto Estrada, Fruko, referencia de la salsa en Medellín
En la mente de muchos chicos se conservaba la imagen de los míticos camajanes y malevos -viejos cañeros- de la cuadra y del barrio que desde los setenta escuchaban a El Preso y Sonido Bestial bajo una estela de humo turbio, al tiempo que fanfarroneaban con sus historias de pillaje y trasnocho. El rápido éxito y reconocimiento de la estación puso en evidencia que un público potencial de ese ruido caribeño dormito por años a la espera del gran suceso: una estación de radio para oír sólo salsa. ¡Y en F.M.!
De otro lado, la ciudad en su estallido urbano se endurecía y violentaba y por ello la salsa decía más verdades, más cosas que gustaban en el nuevayorcito a lo paisa que crecía vertiginoso.
La emisora, que sólo dispuso de locutores permanentes hasta el inicio de la década del 90 y surgió sin marcados criterios comerciales, pues las pautas publicitarias fueron mínimas durante sus tres primeros años de funcionamiento, careció igualmente de programas que llevaran a cabo una labor educativa o informativa frente a la música radiada. Latina, desde el comienzo, presentó a la audiencia la interminable lista de agrupaciones que recorrieron las calles y escenarios del Caribe urbano sin las habituales interrupciones para promover productos y servicios y sin voces fijas que anunciasen temas o espacios radiales.
El paso del tiempo en medio del incansable bombardeo masivo de sonidos salsosos, la aparición de programas en los cuales hubo cabida para las sugerencias y saludos de la audiencia de los barrios y la incorporación de locutores que reprodujeron algo de la jerga callejera y juvenil actual, fueron hechos que convirtieron a Latina en uno de los nervios centrales del organismo cultural que ahora parece fecundar la salsa en la vida urbana de Medellín y de buena parte del Valle del Aburra. "Entre la música y el lenguaje del argot popular sé abre y se cierra el circuito de la identificación". (3)
Se puede anotar, como dato que confirma el definitivo multiplicador del fenómeno en que se convirtió la emisora, el permanente interés que muestran las grandes cadenas radiales del país por comprarla e incorporarla a su vigoroso aparato comercial y publicitario y, por ende, el afán de aprovechar la música salsa, entre el público de Medellín, como rentabilísima mercancía cultural.
Entre los inesperados efectos producidos por la emisión diaria e ininterrumpida de salsa en la mencionada estación, es posible señalar su incrustación en los hábitos perceptuales de algunos actores sociales tradicionalmente distanciados, por prejuicios de clase, del disfrute de expresiones musicales de corte popular.
La cumplida rumba de Latina, sumada al auge reciente de letras, voces y ejecuciones instrumentales menos aguerridas y agresivas, como en el caso de la Ilamada salsa-cama -pegajosa y etérea como los perfumes y los sueños vendidos por el disurso-sq publicitario- franqueó la resistencia de sectores económicos medios y altos de la población.
Aunque no deja de ser preferencial paliativo para la angustia de los más pobres, el canto del Caribe urbano tiene hoy mayor receptividad por parte de un público que en apariencia era ajeno a la gozadera de los tambores. Así Latina Estéreo, además de difusora, también ha tenido mucho que ver con aquello del mercado del gusto, de la industria cultural.
Si bien en la programación general de la emisora y en las solicitudes de los oyentes se reconoce una preferencial afinidad por las letras y los sonidos duros e incisivos, surgidos de la marginalidad y las luchas latinas de los setenta, no se escapa a veces de la imposición de la bebería que cantan, casi con la hombría empeñada, los "niños bonitos" que representan a una generación atrapada por las trampas de las transnacionales del disco. Es la erección de la moda cosmopolitan, acosada por adorar las formas y tan impotente para honrar la sexualidad con una poética menos estereotipada del lecho.
"La salsa alimentó una de las épocas más enérgicas y jubilosas del Caribe. Hace ya un decenio que asistimos a un deterioro imparable -con muy honrosas excepciones- donde predomina una fusión amorfa y desnaturalizada, bautizada salsa erótica. Esta fue la oportunidad que aprovecharon el merengue y algunas modas (lambada, rap, meneito, etc.), para disputarle el favor de la comunidad afrolatina y desplazar sin mucho tropiezo la salsa original. (...) La pornosalsa ha roto una tradición musical respetable, sin hacer aporte alguno. Es una interrupción castradora, simplemente una contrarrevolución musical. (...) Se ha entrado de lleno en el comodismo de una salsa domesticada que ya no causa sobresaltos ni a la música de sobremesa ni al poder nacional o internacional", (4)
VENEZUELA: RUTA DEL DISCO
El impacto de la difusión masiva y continua de la salsa en la radio reforzó otros hechos que hasta hace algo menos de diez años no parecían tener relevancia como elementos constitutivos del fenómeno salsa en Medellín.
Era común que los coleccionistas de la ciudad hicieran esfuerzos y maromas constantes por adquirir los discos de las orquestas más famosas que interpretaban ritmos afroantillanos durante el boom comercial que hacia finales de los sesenta y a partir de los setenta rodeó al ambiente musical del Caribe urbano, en especial en el escenario neoyorkino.
El viaje de los propietarios de las discotecas salseras más completas hacia otras ciudades del país como Cali o Barranquilla resultaba un acontecimiento que merecía la atención de los demás amantes del ruido antillano. A su regreso, el viajero podía traer consigo "joyas discográficas" hasta el momento consideradas escasas, de imposible consecución o, incluso, desconocidas.
El mercado nacional del disco, con deficiente sonido y sin conservar los diseños originales de las carátulas, apenas reproducía aquellos elepés que, bajo el subjetivo criterio de locutores y programadores radiales, alcanzaban a convertirse en éxitos. La salsa no era para las compañías criollas un leitmotiv que llamara la atención del público e hiciera crecer significativamente las ventas.
Cuando Latina Estéreo puso al aire canciones y orquestas desconocidas por la audiencia -incluso por muchos coleccionistas de vieja data- creció el interés por adquirir aquellas piezas de novedosa sabrosura. La demanda de discos aumentó, pero el mercado colombiano no llenaba las expectativas.
Los más duchos sabían de la existencia en Caracas, Venezuela, de la empresa llamada el Palacio de la Música. Quienes tenían algún nexo o contacto con habitantes de la vecina República adquirían pastas fabricadas allí, las cuales mostraban notorias ventajas sobre las prensadas en el país:
Las carátulas, en su mayoría, eran reproducciones exactas de los originales y el sonido ofrecía buena calidad. Además, el Palacio tenia los discos que muchos jamás habían imaginado ver juntos sobre la misma estantería.
Entre tanto, algunas personas veían crecer sus discotecas gracias a que algún pariente o amigo residía en los Estados Unidos y podía hacerle llegar los últimos números de los incontables sellos discográficos que recogían la producción de las orquestas de salsa.
Esa conexión directa con Nueva York y Miami creció debido al auge del negocio del narcotráfico en Medellín. Cientos de personas criadas al son de la música Caribe en los barrios populares de esta ciudad viajaron al norte a probar suerte cargadas con droga y allí, casi siempre después de burlar a las autoridades estadounidenses, resultó inevitable que se vieran tentadas a comprar los discos en paste americana de los ídolos de la comunidad latina. Eran adquisiciones para el goce propio o el de las personas más cercanas que aguardaban el regreso triunfal de sus socios de sangre y calle. Con el tiempo, incluso, el emergente encuentro entre medalla y los yores derivó en la aparición de nuevas tabernas salseras en Medellín.
Mientras el número de compradores de discos crecía, no faltaron entonces los comerciantes paisas que arriesgaran viajar hasta Venezuela para traer grandes volúmenes de pastas que entraban de contrabando por la línea fronteriza con Cúcuta. Así se estableció un mercado que los salseros ubicaron y poco a poco vigorizaron llevados por la fiebre de salsa que empezaba a calentar la ciudad.
Los puestos de venta se instalaron en las jardineras centrales del Pasaje de La Bastilla, entre la Avenida La Playa y la Calle Colombia, en pleno centro de Medellín. Los discos eran apostados en cajas de cartón y permanecían a la vista de los transeúntes, incluso de algunos agentes de la Policía que "comieron callados" su porción de esa ensalada de cueros.
Los coleccionistas de vieja data pronto pudieron adquirir piezas que por mucho tiempo consideraron inalcanzables mientras que los novicios del ritmo dejaron allí un porcentaje importante de sus ingresos. El negocio creció y hace poco tiempo las incomodidades, el asedio de las autoridades y el vertiginoso ascenso de las ventas sacaron el ruido de los modestos aparadores y le abrieron campo en un centro comercial cercano.
Entre tanto, el impacto de esta furtiva conexión con el Palacio de la Música, así como el crecimiento de la audiencia salsera, ocasionó que en los últimos ocho años las disqueras locales se dedicaran a reeditar longplays que antes no tuvieron importancia capital dentro de las ventas y, afanadas, a adquirir los derechos de viejos y nuevos discos paridos por la rumba afroantillana en Nueva York.
Así la salsa, catapultada por la radio y el mercado del disco -en una suerte de mixtura de medios de difusión masiva- siguió abriéndose paso entre el público de Medellín.
PUERTOS DE RUMBA
Medellín contó en los años setenta con pocos lugares públicos donde se escuchaba salsa. Y los que tuvieron el atrevimiento de operar lo hicieron en zonas casi marginales del centro, acosadas por la inseguridad, el arrabal y las redadas policiales. Sólo unos cuantos negocios no reprodujeron ese habitat: los que nacieron en la calle San Juan.
La Internacional, La Tambora, La Suiza, La Fania -con sedes en Envigado y en el barrio Robledo- y Habana Club eran algunos de los locales que mayor fuerza alcanzaron en esta avenida que atraviesa el barrio La América, un tradicional sector de clase media. Allí los seguidores de la salsa tuvieron otro reducido escenario donde gozar con los temas grabados en Nueva York.
Hace algo más de una década nació en plena carrera 70 -boulevard de moda durante los años ochenta para algunos sectores de las clases medias y altas, especialmente emergentes- un pequeño negocio conocido como El Son de La 70. El sitio rompió con la tradición ranchera y de música bailable tropical de este frecuentado corredor de la vida nocturna en Medellín. A El Son de La 70 lo acompañaron tiempo después, sobre la acera contraria, Video Salsa y El Swing Latino.
Mientras tanto, los bares del centro comenzaron a afrontar una temporada decadente que, uno a uno, los condenó a desaparecer o a trasladarse de lugar. Así el Oro de Munich desapareció y el personal de La Bahía partió con sus bártulos hacia el extremo norte de la Avenida Oriental. El Suave se quedó solo y hoy combate contra lo que parecen ser sus últimas horas de vida en inmediaciones de la carrera Bolívar.
Del extremo sur. en Palacé, apenas sobrevive Brisas de Costa Rica. Carruseles, tras convivir sin remedio con el lumpen que todavía patrulla la zona, cerró sus puertas al comienzo de este año. El primero en desaparecer por un incendio había sido El Aristi.
Claro, hay que decirlo, la caída de estos refugios de rumba no se debió al desvanecimiento del fenómeno, a la falta de seguidores de la salsa, por el contrario en alza, sino a los cambios de usos urbanos del suelo generados por las obras del Tren Metropolitano y a la consecuente y avanzada lumpenización de algunas áreas centrales de la ciudad.
El boom del disco y la radio, paulatinamente, se dio también para los negocios salseros: surgieron en la última década nuevos establecimientos como el Rincón Latino, en el barrio Buenos Aires; el Escondite de Mario y la Fuerza de Los Ochenta, en el centro y El Templo Borinqueño y Convergencia en San Juan, e incluso una taberna para los amantes de la música caribe en sus formas típicas afrocubanas: El Goce Pagano, manejado por el conocido investigador musical César Pagano, que se instaló en el parque central de El Poblado, aunque apenas funcionó allí unos dos años.
Así mismo, en muchos barrios populares y municipios cercanos, como Bello e Itagüí, la afinidad de los pobladores con el canto y sus antecedentes de rumba dieron vida a pequeños bares donde la salsa también afianzó su reinado en la ciudad. En El Pedregal y Castilla, en Villa del Socorro y Populares. El tumbao se multiplicó a pesar de la durísima situación de inseguridad que comenzó a vivir Medellín a partir de 1989, como consecuencia de la guerra del Estado contra los narcos y de la violencia que reventó por las numerosas carencias de los pobladores de los barrios de la periferia.
Y la batahola ha seguido: en los noventa aparecieron La Titular, en la Avenida Oriental; el Tíbiri Tábara, en La 70 y Senegal, en la parte baja de la calle 10, sector de El Poblado.
La expresión urbana de los ritmos afroantillanos, agrupados por el sonoro y pegajoso término de SALSA, amplió su territorio no sólo en el imaginario de la gente de los barrios de Medellín, sino también en la incorporación a las dinámicas del consumo y del comercio local. Radiar salsa, vender discos y consumir licor a golpes de tumba y bongó constituyeron formas de volver la música del Caribe urbano una empresa rentable para quienes participaron y gozaron el despegue de la rumba que medallo inventó en su propio salto a las transformaciones activadas por el devenir urbano.
Estos momentos -la difusión, la compra y la rumba han permitido la ampliación del fenómeno salsa hacia otros eventos que en el marco de la cultura urbana han terminado por afianzar en la ciudad la percepción y apropiación del canto caribeño como forma de identidad y de narración de la vida diaria.
Ya habrá otra invitación a cumbanchar aquí para hablar de la salsa-vía, del surgimiento de orquestas en Medellín, de la creciente organización de conciertos y, por ende, de la visita de grandes bandas -¡de músicos!- y cantantes que han reforzado y vivificado la cosa-salsa entre esta muchachada que es sombra del tambor en las noches en que las penas tienen que salir a bailar... aunque sea a la puerta de la calle en una ciudad que, como Maestra Vida, "te da y te quita/ te quita y te da".
CITAS BIBLIOGRÁFICAS
-(1): ARTEAGA RODRÍGUEZ. José. Las ciudades de la noche roja: la Cultura de la Violencia a través de la Salsa. En los imaginarios y la cultura popular. Páginas 119 y 120. Cerec, Bogotá, septiembre de 1993.-(2): COLON, Héctor Manuel. La calle que los marxistas nunca entendieron. En revista Comunicación y Cultura- Página 85. México, 1984.-(3): ULLOA, Alejandro. La salsa en Cali: entre lo popular y lo masivo de la cultura urbana. Copia al original del ensayo ganador del concurso literario René Uribe Ferrer, organizado por la Universidad Pontificia Bolivariana, Página 118. Cali, octubre de 1986.-(4): PAGANO, César. La salsa: cadencia y decadencia. Revista Número, tercera edición, marzo-abril de 1994, Santafé de Bogotá, Colombia.
COMENTARIO FINAL
Este artículo apareció publicado en la separata Dominical del periódico El Colombiano de la ciudad de Medellín, el 11 de septiembre de 1994, un año antes de abrir Rumbantana. Y como dice el autor, nuestro amigo Carlos Alberto, quedaron por mencionar algunos fenómenos que ha deparado la salsa antes de escrito este ensayo. A partir de 1995 aparecen una serie de fenómenos que consolidan a la salsa en Medellín. Entre los asuntos posteriores mencionemos entre otros: La apertura de nuevos bares como Rumbantana, La Caribeña, La Ponce, Juan Pachanga y el Eslabón Prendido. También para destacar la presencia en la ciudad de la Fania All Stars en dos conciertos masivos, y otras estrellas que se presentaron con sus orquestas como Larry Harlow, Ismael Miranda, Junior González, Cheo Feliciano, Marvin Santiago, Tito Allen, Yolanda Rivera, Henry Fiol, José Bello, Richie Ray, los Hermanos Lebrón, Raphy Leavitt, El Gran Combo..., el nacimiento de nuevas orquestas barriales como Pachanga, Mulataje, Son del Barrio, Orquesta La Alegría, la Sonora 8, Timbalaye, Banda La República, Siguarajazz, Kimbala, Guatequismo, Bahía Soneros... y las comerciales bajo la producción de Diego Galé: Grupo Galé, Son Charanga, King Bongó, Son Guajiro, Yembequé, Quinto Mayor... En estudios de la ciudad han grabado Gabino Pampini, Luisito Carrión, Maelo Ruiz, Willie González, Santiago Cerón, Richie Ray & Bobby Cruz, Pedro Arroyo… Han aumentado los almacenes especializados del Centro Comercial Paseo de La Playa, ya se dan encuentros de coleccionistas, aumentaron los programas de radio y de televisión, se dio la publicación de libros y revistas especializadas, clubes de seguidores, concursos de baile... Además, y con gran tristeza para los salseros duros, en los últimos tiempos la mal llamada “Salsa romántica” se ha consolidado con más de 20 bares y 2 emisoras con programación 24 horas. En fin, la salsa en Medellín no se ha detenido. Ahí vamos pues “pa’ lante y con fe”...
Sergio Santana

1 comentario:

Anónimo dijo...
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