LA CALLE : MÁS QUE UN PENTAGRAMA
En las calles de Cali, la música se convierte en el mejor pretexto para hacer públicas las desdichas y las glorias, no importa que sean anécdotas de hace más de medio siglo; las canciones y algo de licor todo lo permiten.
Por: Andrés Felipe Caicedo Velasco*
“¡Que ha habido Trujillo…! Él que me dijo eso y entonces saqué un tronco con el que venía armado y le mando un leñazo. Le quebré la mano; no pudo sacar el revolver, volví a impulsar el palo y le partí la canilla. Eso comenzó a gritar ¡me mató Trujillo!”
Cualquier desprevenido que pase por esta tienda esquinera del barrio El Guabal de Cali puede pensar que se trata del testimonio de un asesino, y si ve al narrador el comentario puede dar un viraje - ah, un asesino jubilado -. Pero si se sienta a conversar con don Severiano, cambia de idea, además de no tardar en darse cuenta de que su apariencia de cacique Pijao no es un capricho genético. Severiano Trujillo nace en el Guamo Tolima el 20 de octubre de 1922, y como sus antepasados, que nunca se arrodillaron ante los españoles, él no se dejo avasallar del enemigo que un mes antes, durante una tarde lluviosa, le había lanzado, cargados de odio partidista, trece machetazos todos atajados providencialmente por una ruana trenzada que se envolvió en el brazo.
A pesar de que es un domingo opaco desde primeras horas de la madrugada, existe un grupo de amigos que no deja de reunirse los fines de semana para charlar en el bar que tiene como “empresa fachada” una rapitienda. La reunión confirma el hábito gregario y muchas veces ostentoso de los caleños para los que en un momento los LP´s representaban un capital simbólico que ganaba valía de acuerdo a lo novedoso de las grabaciones venidas de Nueva York, Cuba y Puerto Rico, como a la calidad del equipo de sonido. De allí que, como anota la etnomusicóloga canadiense Lise Waxer refiriéndose a los caleños: Aquella gente proveía la música para la calle, y sus casas servían como puntos de encuentro, sobre todo para las fiestas y el baile. Por eso hoy, en la rapitienda La Torre - y no en la sala de una casa - se encuentran varios señores batallando contra el frío a punta de música y aguardiente.
Severiano es uno de los invitados más importantes por el aura casi totémica que lo cubre ante los compañeros de tertulia que a la vez son sus vecinos y amigos. Media entre ellos el respeto pero también la confianza que los motiva a hacerle preguntas picantes ante las que él se confunde un poco pero apresura una respuesta: - Don Severo ¿Usted cada cuanto se echa un polvito? - No, pues cada dos meses, cada tres meses - ¿Pero con bajadita también? - Claro - Por eso es que te quiero - le dice el espontáneo entrevistador mientras abraza al añoso hombre que nace, como él mismo lo recuerda, con la llegada a Colombia del gramófono o victrola también conocida como música molida ya que funcionaba dándole manivela.
En medio de la camaradería hay que aguzar el oído y separar la voz de Severiano de la de los cantantes, no solo por el volumen de la música, sino porque las historias de los presentes se confunden con las letras de las canciones. En ese más allá, Julio Jaramillo parece invocar a la mujer sin la que Severiano, desde hace 20 años, se siente solo: En ese mas allá que llaman cielo / que Dios nos prometió como la gloria / Será el fin y el principio de la historia / de un amor que comenzó en la tierra. La grabación del ídolo quiteño, muerto en el 78, produce que los ojos orientales del viejo se achiquen aún más mientras apura un trago del antídoto anisado que tiene a la mano.
En el año 51, Severiano llega con su familia a Cali, una ciudad promisoria por la cercanía de un puerto y la construcción de vías. Para empezar trabaja en el hoy desaparecido hipódromo como administrador y ocasionalmente apuesta en las carreras de caballos, no como ludópata sino como un hombre preocupado por el bienestar de su hogar, ya que, como él dice “había que pagar arriendo, darle de comer a la familia y tener estudiando a los hijos”. Poco antes de ser clausurado el escenario, un visitante fiel del hipódromo, dueño de caballos de paso, contrata a Severiano por ser el mejor trabajador y el más honrado entre los 1605 empleados, según el concepto de la entidad, recuerda con orgullo mientras sus labios parecen articular Jornalero de Alci Acosta cuyo característico piano suena de fondo. Con el nuevo patrón viaja a Bucaramanga, Cúcuta, Manizales, Medellín y Cerrito. Por esa época de Violencia, el Dictador Gustavo Rojas Pinilla, contrastando con las decisiones netamente políticas, prohíbe, en 1954, el ingreso de música extranjera con el fin de impulsar la industria nacional del disco, esto origina la aparición de imitadores de los cantautores latinoamericanos del momento. Entre los émulos más populares se encontraban el Caballero Gaucho y Oscar Agudelo quienes interpretaban música Argentina.
El trabajo siempre estuvo por encima de la diversión para Severiano, que sólo se tomaba sus traguitos si sobraba tiempo y plata, en ese caso si iba a la zona de tolerancia de Cali, un espacio a donde Benjamín Urréa, antiguo propietario de una escuela de baile, llevaba a sus aprendices a practicar en las casas de citas pues no habían muchas mujeres formándose en este tipo de danza, como lo anota el documental ¡Que viva la música!, que forma parte de la serie de siete capítulos Cali ayer, hoy y mañana. Pero el más viejo de la tienda no iba a aprender a bailar, tomaba aguardiente y con 20 centavos podía estar con una hembra, comenta con nostalgia mientras saca cuentas de lo mucho que se ha encarecido este tipo de compañía: ahora si usted no tiene cien o doscientos mil pesos no hace nada, dice entre risas Severiano pensando en su faenas que tenían como fondo la música antigua como llama a la rancheras, los boleros, la música carrilera y varias piezas de salsa, ritmo este reelaborado en los barrios hispanos - traído a Colombia por marineros que llegaban al puerto de Buenaventura - y constituido entre otros aires musicales por una mezcla de jazz, rock y mambo, este último en furor durante la década del cincuenta como prediciendo el agite del bugalú, resultado del experimento de poner los discos de 33 a rodar en 45 revoluciones lo que posibilitó toda una suerte de acrobacias que le abrieron paso a los campeonatos de estos dos últimos géneros en discotecas como Cabo Rojeño o el Séptimo cielo y de paso rotular a la sultana como la capital mundial de la salsa entre otras nominaciones.
Comienza a oscurecer y la lluvia se vuelve copiosa como la de la tarde en la que querían matar a Severiano, quien después de mirar la calle con esos ojos que parecen estar en medio de dos lagunas secas, se va con sus amigos como habiendo demostrado que todo ritmo en el que llore una guitarra a su vez hace llorar las almas de hombres como los que departieron en esta esquina. Personas que tal vez solo querían comprarle a la vida cinco centavitos de felicidad, dejando entrever que, como dice Italo Calvino La ciudad no dice su pasado, lo contiene como las líneas de una mano.
*Estudiante de la Escuela de Estudios Literarios, Univalle.
anfecaic@univalle.edu.co
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