martes, febrero 03, 2009
HISTORIA DEL JAZZ LATINO
Los estudios serios acerca de la música popular todavía son escasos si se les compara con el impacto que ha tenido en nuestras sociedades; más raro todavía es que sean publicados por una editorial importante. El libro de Luc Delannoy, una sabrosa historia del jazz latino, sin duda abre una importante brecha para que esos trabajos -que los hay- tengan una mayor y mejor difusión.
El autor relata la historia de una mezcla de músicas que ha resultado bastante fecunda: la de los ritmos afrocubanos con las armonías del jazz norteamericano. Esa amalgama musical se ha ido extendiendo posteriormente a muchos otros ritmos y músicas populares de América Latina. Después de pasar por el gran crisol criollo, en Nueva Orleans germinó el jazz desde mediados del siglo XIX. La comunicación entre los músicos de esa ciudad y Cuba se inició desde entonces, de la cual es actor principal Louis Moreau Gottschalk, pianista que empezó a fundir la música clásica europea y la música popular cubana. Gran músico que murió prematuramente a los 40 años. Fue el gran abuelo del jazz latino.
Por la parte de Cuba, el contacto entre los indios, los esclavos negros y los españoles formaron un complejo y rico mestizaje. En términos musicales, son decisivas en tres manifestaciones religiosas: la sociedad secreta del abakúa, la santería y las religiones bantúes. En ellas son utilizados fervorosamente los tambores, que serían el fundamento de la música cubana.
Los contactos entre los cubanos y estadounidenses se multiplicaron después de la guerra de 1898; entonces, se escuchaba jazz en La Habana y rumba en Nueva Orleans. Incluso músicos mexicanos formaron parte del intercambio, destacándose Florenzo Ramos, quien introdujo el saxofón a la gran ciudad del jazz.
Más adelante, la historia del jazz latino es dominada por el que el autor denomina como triángulo de oro: el dúo integrado por los cuñados Frank Grillo "Machito" y Mario Bauzá; otra pareja tremenda, Dizzy Gillespie y el percusionista cubano Chano Pozo, y finalmente un músico generalmente ignorado: Arturo Chico O'Farrill.
"Machito" y Bauzá se conocieron en La Habana en los años veinte. Bauzá aprovechó las gran migración de portorriqueños y cubanos hacia Nueva York para establecerse allí, en El Barrio, con la pretensión de convertirse en jazzman. Allí es testigo de la formación de la comunidad musical latina: el impacto de El manisero, las orquestas latinas (como la de los Hermanos Castro, quienes fueron los pioneros en la mezcla de las armonías del jazz con los ritmos afrocubanos), el establecimiento de tiendas musicales, la difusión del cine latino, salones de baile, las transmisiones radiales de las "veladas danzantes", la creación de las primeras disqueras de música latina. En los años treinta, Bauzá tocó el clarinete y la trompeta en varias orquestas de jazz. En 1939 se le une su cuñado, "Machito", el que, después de un tiempo, formó su orquesta. Mientras tanto, Bauzá tocaba con la orquesta de Cab Calloway, en la que tuvo un sustituto de lujo: John Birks Gillespie, después conocido como Dizzy. A inicios de los cuarenta, Bauzá se hizo cargo de la dirección de la orquesta de "Machito", los Afro-Cubans, que sería la primera orquesta que incorporó armonías y solos de jazz utilizando una sección completa de percusiones afrocubanas. En ella harán sus pininos legendarios percusionistas como Chano Pozo y Tito Puente. Fue la primera agrupación jazzística latina que alcanzó un gran éxito. La canción Tanga (que quiere decir marihuana) sería la más representativa de la orquesta: con ella, "se crea una nueva combinación sonora: el jazz afrocubano, una base rítmica afrocubana con armonías del jazz."
Otro factor decisivo en la mezcla del jazz con los ritmos cubanos lo fueron las llamadas descargas, los jam sessions que los músicos cubanos realizaban en la isla: reuniones en las que los músicos improvisaban, realizaban las descargas de ideas musicales. Con ellas se puede decir que el jazz afrocubano nace simultáneamente en La Habana y Nueva York.
La otra pareja clave en la historia del jazz latino es la de Chano Pozo y Dizzy Gillespie. Es en 1946 cuando el tremendo conguero y bailarín cubano conoce a Gillespie e inician su colaboración musical: entre ambos lograrían la fusión perfecta, "la de un genio de la armonía del jazz con un genio de los ritmos afrocubanos." Formado en un ambiente genuinamente popular, Pozo es un percusionista, compositor y bailarín excepcional. Es en diciembre de 1947 cuando Pozo se presentó como la gran estrella de la orquesta de Gillespie en el Town Hall de Nueva York. Allí interpretan el que muy probablemente sea el tema más clásico del jazz latino: Manteca.
De esa colaboración, Delannoy resume: "La importancia histórica de Dizzy Gillespie es perceptible en dos planos. Para empezar, impulsado por su prodigioso sentido del ritmo, con la ayuda y el impulso de Chano Pozo, integró en el escenario neoyorquino las percusiones afrocubanas al bebop. Llevo luego esta música, confinada hasta entonces a los clubes y las salas de Harlem, a los salones de concierto del centro de Manhattan. Después de él, con él, y a pesar de algunos focos de resistencia, el conjunto de la comunidad estadunidense del jazz abrazará los ritmos afrocubanos. Después, y tal vez sea esto lo más importante, Dizzy participó en el desarrollo del bebop, música revolucionaria que influiría sobre la mayor parte de los músicos de jazz de América Latina."
Sin embargo, la asociación Pozo-Gillespie fue violentamente interrumpida por el asesinato de Chano por un lío de drogas en diciembre de 1948. Sin embargo, la contribución de Luciano Pozo González a la música ha permanecido: las percusiones cubanas han invadido la música popular occidental, y aún más, ya que los bongós, maracas y claves aparecieron incluso en la música sinfónica rusa.
La última pieza del triángulo es el trompetista, compositor y arreglista cubano Arturo Chico O'Farrill. Músico con una sólida formación clásica -llegó a estudiar con Rodolfo Halfter durante su estancia en México-, hizo de la suite para gran orquesta su especialidad. Muerto hace apenas unos pocos meses, O'Farrill conoció y trabajó con los grandes del jazz latino, como Machito, Bauzá y Gillespie. Es autor de otra de las obras maestras del jazz: The Afro Cuban Jazz Suite. ¿Cuál fue su contribución? Con él, "el jazz latino por fin logra ser una auténtica fusión, deja de ser una simple sobreposición de ritmos afrocubanos y solos de jazz. Con su talento de arreglista, cambió el sonido de la música. Gracias a un profundo conocimiento de la música clásica y contemporánea occidental, logró dar un carácter sinfónico a obras que, a la primera impresión, parecían anodinas. Y, al dar preferencia al arreglo, demostró brillantemente que el jazz latino no era una simple anécdota sino, antes bien, un género por derecho propio, abierto a cualquier otra influencia, siempre que fuese tratada con respeto. Por ello, inspiró a toda una generación de arreglistas latinoamericanos deseosos de unir su música popular al jazz."
El libro discurre posteriormente sobre muchos otros temas del jazz latino: los músicos más destacados, su difusión por el mundo, su relación con el mambo, el chachachá y la salsa (la que mucho facilitó la popularización del jazz latino), y su enriquecimiento al amalgamarse con otras músicas populares de América Latina, tales como el merengue, la cumbia, el tango, y el candombé. Al final hace algunas consideraciones acerca del hoy y del futuro del jazz latino, que está abierto para transitar por diversas vías en el futuro, pero sin olvidar sus raíces, en un panorama bastante optimista simbolizado en dos músicos jóvenes: el pianista Omar Sosa y el trombonista William Cepeda.
Indudablemente, el libro de Delannoy es una importante contribución al conocimiento de las músicas populares de América Latina, por lo que su lectura resulta obligada para los melómanos. Además, la discografía recomendada al final del volumen es una formidable invitación para escuchar buena música.
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