Álvaro José Arroyo González nació en Cartagena el 1º de noviembre de 1955, bajo la tutela de sus padres Guillermo Arroyo –quien los abandonó al nacer– y de su segunda esposa Ángela González, una administradora de hoteles humildes. Guillermo Arroyo, el popular «Negro Chombo», tuvo 39 hijos, con seis mujeres, todas llamadas Ángela.
Recuerda aún que en las tardes, mientras coreaba sus primeras letras, tenía que cargar latones llenos de agua. Era ésa la época en que se le conocía como el cantante del tarro, porque metía la cabeza entre las latas y así entonaba sus cantos para auto escucharse.
En entrevista con Mauricio Silva, periodista de la Revista Cambio, la cual publicó el 30 de enero de 2005, indicó:
“Con un par de latas de manteca llenas de agua, yo tenía que ir y venir a la tienda de un señor que se llamaba Jericó. Cuando estaban vacías, me las ponía en la cabeza y eso daba un eco hermoso que, creo, sin saberlo, me afinó la voz. Por eso me decían «Voz del tarro». Yo imitaba por esos días a Raphael, cantaba el Ave María, y cuando terminaba, yo mismo me ovacionaba con un: –¡yaaaahhhhhhhh! Allá adentro del tarro sentía que estaba en un escenario y que me aplaudían. Ese era mi sueño de ‘pelao’ y mi Dios me lo concedió”.
Hizo su primera presentación a los ocho años de edad, en el colegio Santo Domingo, en La Heroica. Allí lo conoció Mincho Anaya, profesor de piano y director del conjunto que tocaba en el hotel Americano. Fue él quien lo llevó a cantar durante cuatro años al barrio Tesca, ubicado en la zona de tolerancia de Cartagena. Así se produjo su paso al bajo mundo, donde se convirtió en su ídolo.
A esa edad fue pues profeta en su tierra. Digna de un culebrero, la existencia de Joe Arroyo despierta pasiones en guionistas y espectadores. Como se indicó, a los ocho años, para ayudar a su madre, cantaba en burdeles hasta la madrugada, y, a las siete de la mañana, lo hacía en el coro del colegio de curas, en el que estudiaba. Hasta que se descubrió el pastel y fue expulsado.
A Mauricio Silva le indicó:
“En Cartagena, que es un puerto, había una zona de tolerancia que se llamaba Tesca. En ese sitio había aproximadamente ocho cabarets, si recuerdo bien: Big Fox, Club Verde, El Príncipe, El Bambú, entre otros; eran prostíbulos inmensos, cada uno tenía sus habitaciones y un gran salón donde se presentaban orquestas diariamente. Allí iban los chinos, los japoneses y los turcos que llegaban en los barcos. Pues bien, resulta que alguna vez en el colegio Santo Domingo me pusieron a ensayar canto y les gusté en serio. Tanto que el Arzobispo de Bogotá, que estaba de visita, me becó para que yo fuera el cantante de la Coral de Cartagena, donde me volví la voz líder. Y así fue...”
“–Pero... ¿y la entrada a los prostíbulos? Pues sucedió que esa bola se regó y llegó a los músicos de la ciudad: –por ahí hay un pelao que canta bien bacano, decían. Y así fue que Michi Sarmiento, el de Michi y su Combo Bravo, me convenció para cantar una noche en esos lugares. Y así debuté. –¿Qué le cantabas a tan respetable público? Eso que dice: Bomba en las Navidades, pa que gocen bomba, en las Navidades... y Chuma la casera maquino landera, y esas cosas...”
“¿Y por qué te quedaste tanto tiempo? Víctor Meléndez, que ahora es corista mío, [el viejo canoso], era por ese entonces el cantante de base de El Príncipe, uno de esos lugares. El hombre estaba remamado porque cantaba de lunes a lunes y cuando se sentía muy barro (mal) me tiraba ese trabajo con los respectivos 100 pesos. ¿Tú sabes lo que son 100 barras a los ocho años? Así que él le pedía permiso a mi mamá: –Señora Angela, que yo le cuido al pelao, mire que es para que cante esta noche. A mi mamá no le gustaba para nada pero la realidad era que necesitábamos la plata y yo cantaba de nueve de la noche a tres de la mañana y estudiaba de siete de la mañana a una de la tarde”.
“Debiste tener problemas en el colegio... Claro, un día, cuando yo llevaba más de cinco años en ese trabajo, cuando estaba de cantante líder con la banda los Seven del Swing, llegó al Club Verde el profesor de física del colegio a quien le decíamos «Meteorito». Él me dijo: –¿Y usted qué hace aquí?, a lo que yo respondí: ¡Y ajá!, ¿y usted también qué hace aquí?”. Total, al día siguiente Meteorito puso la queja al rector y el rector me regañó frente a todo el colegio: –este es un ejemplo de vida irregular, decía; también me echó. Sin embargo, como al mes y pico, iba a ir el Arzobispo de Cartagena al colegio y fue así como Meteorito fue a mi casa a buscarme: –que quedas perdonado, me dijo. Ahora Meteorito es un gran amigo mío. Hoy nos reímos de eso”.
Iniciaba la década del setenta cuando Joe Arroyo dejó de cantar en el barrio Tesca porque se le presentó la oportunidad de trabajar en una nueva orquesta que se estaba organizando en Barranquilla. Pero no sólo salió del barrio Tesca, también se retiró del colegio, en donde estaba cursando su cuarto de bachillerato y abandonó a su madre. Sus pasos llegaron hasta Galapa, un pueblo del Atlántico en donde vivía el director de la orquesta La Protesta de Colombia, Cástulo Boiga. Esa fue su nueva familia. Su madre natural demandó al director por sonsacar un menor de edad y la situación sólo volvió a la normalidad cuando Joe Arroyo le expresó con firmeza que su futuro estaba en la música y en la fama. Los sueños de su madre, de ver a su hijo graduado como abogado, se habían esfumado.
Empezaron a trabajar en Puerto Colombia, en el balneario El Escorpión de Salvador Pasos. Allí fue su primer encuentro con Julio Ernesto Estrada, Fruko, el hombre que inició con éxito el movimiento de la salsa en Colombia. Por coincidencia Fruko estaba buscando un vocalista para su orquesta los Tesos, ya que no había logrado un acuerdo económico con «Píper Pimienta». Joe Arroyo viajó a Medellín y grabó una obra de Isaac Villanueva, El ausente, la cual se publicó en el álbum Fruko el bueno y apareció en el mercado en 1973. Regresó a Barranquilla para continuar trabajando con La Protesta, pero por poco tiempo, pues por el éxito nacional de El ausente lo contrataron como vocalista líder de Fruko y sus Tesos.
Se radicó en Medellín y con esta agrupación empezó a viajar. De esa época son algunos de los temas más populares, como Cara de payaso, Lloviendo, El caminante y Tania, la primera canción de su autoría que grabó con Fruko. En su entrevista con Mauricio Silva narró este momento, cuando le preguntó por sus primera composiciones:
“Yo tenía mis temas desde hacía tiempo, pero me daba terror mostrárselos a Fruko, hasta que un día me decidí a enseñarle una canción al pianista de la orquesta. El álbum ya estaba grabado y el difunto Hernando –el pianista–, le dijo a Fruko: –Vas a tener que abrir espacio porque aquí está el tema que va a romper en todo el país. Entonces se lo canté a Fruko y el hombre casi se cae al piso. El tema era Tania”.
“Yo no me afano para componer, porque cuando me pongo a decir voy a componer, no me sale nada. Es cuando Dios quiere, a la hora que sea. Me levanto con la nota y comienzo a grabar. Tengo grabadoras por toda la casa. Me llega una idea y la voy grabando. Casi siempre en el mismo instante me sale todo el tema. No lo dejo para mañana. Cuando me monto en un tema es hasta que lo termino. A veces en un día me salen dos o tres temas. Como a veces estoy tres, cuatro meses sin salirme la musa. Hay una parte muy sublime entre el sueño y la soledad. Cuando uno se está durmiendo hay un clímax, a todos los seres humanos les vienen tremendas ideas, tremendas cosas. Pero el común se duerme y esas ideas se pierden. A mí cuando me salen esas cosas, estoy entre el sueño y la soledad, me vienen unas ideas bonitas, me paro y comienzo a grabar, se me quita el sueño, eso es un momento sublime...”, le expresó a Rafael Bassi Labarrera, de Uninorte F.M. Stereo, Barranquilla.
Luego del éxito logrado con Fruko y sus Tesos, algunas de las orquestas más importantes de Colombia quisieron contar con su excepcional voz. Entre ellas The Latin Brothers, con la que consiguió éxitos como Dos caminos y Patrona de los reclusos, y la orquesta Los Líderes, con la que sobresalió con canciones como Los barcos en la bahía.
Durante la década de los setenta Joe Arroyo se convirtió en la figura más solicitada de Colombia, pese a su juventud y gracias a su espectacular registro vocal, que lo llevaría a ser uno de los personajes más interesantes de la salsa moderna.
En 1981 fundó en Barranquilla su propia orquesta, La Verdad, y se dedicó a viajar por el mundo. Recuerda que desde 1980 había decidido organizar su orquesta y se lo comentaba continuamente a Fruko y a los músicos que lo acompañaban. Pasó un año y el proyecto no se concretó. Por tal razón sus compañeros le molestaban la vida, le decían que la orquesta debía llamarse La Mentira, ya que la anunciaba todo el día y hasta el momento no pasaba nada.
Con La Verdad grabó canciones propias y ajenas y en la década de los ochenta se convirtió definitivamente en uno de los intérpretes más importantes de la música latina en Colombia, consiguiendo el reconocimiento absoluto del mundo de la salsa, que en estos años se estaba inundando de artistas y sonidos de Nueva York, Miami, Puerto Rico y República Dominicana, preferentemente.
Ejemplo de ello es que participó en todos los grandes eventos del mundo latino: Carnaval de Barranquilla, Festival de Salsa de Nueva York y Festivales de jazz en Bruselas y París, son comunes y constantes en su agenda artística.
Sus premios
La lista es impresionante: Discos de Oro, una Torre de Oro en Cartagena, un Caracol de Oro en el Gran Festival de Música del Caribe y sus Congos de Oro, después de los cuales fue declarado fuera de concurso, son un claro ejemplo.
Con su orquesta La Verdad, su primer acercamiento al Festival de orquestas del Carnaval de Barranquilla fue en 1982. Ya había publicado dos álbumes, ambos presentados al público en 1981: el primero se llamó Arroyando, en el que apareció su tema Carnaval, y el segundo se tituló Con gusto y gana, del cual surgió el éxito Bolobonchi obra con la que Joe Arroyo obtuvo el segundo lugar en el Festival en ese 1982.
En 1983, su salud se deterioró en grado sumo por un problema de tiroides y cierto abuso con la rumba... vivió meses angustiosos y el mundo artístico temió por su pérdida. Pasada esa durísima época volvió a ser quien era, multiplicando su carrera en todos los sentidos. Ejemplo de ello es que consiguió seis Congos de Oro consecutivos, el primero en 1984, gracias a su éxito Amanecemos sí, de su álbum Actuando, la tercera producción musical de su carrera con su propia orquesta La Verdad.
En 1985 consiguió su segundo Congo gracias a éxitos como Rosa Angelina, El palo y Tania, éxitos de su lanzamiento Hasta amanecé. En 1986 sumó su tercer premio en el Festival de orquestas del Carnaval con Tumbatecho, el éxito de su álbum Me le fugué a la candela. En 1987 publicó su álbum Musa original y allí apareció el tema Rebelión, el mismo que le brindó su cuarto título en el Carnaval. Con Son apretao de su producción Echao pa´ lante logró su quinto reconocimiento en 1988, y en 1989, el sexto Congo de Oro lo ganó gracias a éxitos como La noche y En Barranquilla me quedo que aparecieron en su trabajo Fuego en mi mente. En este mismo álbum también publicó A mi Dios todo le debo y fue gracias a su impacto en Barranquilla que los directivos del Festival del Carnaval decidieron crear un premio nuevo, porque parecería tonto volverle a entregar un Congo de oro a Joe Arroyo. En febrero de 1990 fue galardonado con el Súper Congo de Oro y declarado fuera de concurso.
Sarmiento Coley en su artículo Entre Barranquilla y Joe hay un amor eterno, el cual publicó en El Heraldo, narró la siguiente anécdota: “... se ganó el trofeo en el concurso Mundial de la Salsa en el Madinson Square Garden de Nueva York. El empresario Ralph Mercado le advirtió que tenía que tocar sólo salsa, pues: –si sales con tus discos de verbena carnavalera, te tiran latas vacías. Joe salió juicioso con los tres primeros temas salseros, pero el cuarto tema fue el sabroso fandango A mi Dios todo le debo. Contrario a las predicciones de Mercado, todo el coliseo cantó y bailó el disco con el Joe. La gente lloraba y le sacó pañuelos. Lo bajaron en hombros y por eso ganó el concurso”.
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